lunes, 10 de diciembre de 2007

"El derrochador"

(a mi dulce Caban)

Poco se asociaba el mote a su Puerto Pibes natal, donde la banda del lago solía llamarlo pata de lana. Las cuestiones vitales le consagrarían el apodo de ludópata, pero poco interesan datos sin sentido. La banda del lago eran esos pillos o capos del barrio que solían hacer el papel de vándalos por las calles, donde la adolescencia era más fuerte que ellos mismos. Ellos crecieron de la mano desde los tres años, cuando sus padres se juntaban en lo de Pepe a las 2 de la mañana o’clock para timbear con amigos. Y como no, disfrutar de su salvación, su cable a tierra: el Julio Bulacio cosecha AGD 2007.

Llegaron tiempos de intolerancia y crisis en las reuniones trasnochadoras de Pepe. Cada vez venían más grupos influenciados por la última moda, y los temas de conversación pasaron a ser los atuendos de los Village Pepole o “viste como le queda ese pompón de conejito playboy a Chocle” que por el heavy metal y la timba. Se llegó al punto que una noche los machos tuvieron que ser partícipes de cómo los nuevos miembros practicaban asiduamente en público el teto y la milanesa (igual que el teto pero abajo de la mesa), y esta nueva situación colmó las chimeneas de Puerto Pibes hasta enfurecer las calles y caballos de la zona. Esa noche Pepe (acaso Pepe era medio maraca? poco importa ese dato, ese dato irrelevante. Total, sólo es cuestión de colores y decenas) gritó enfurecido. Fue la noche del no va más.

Así fue cómo los cojonudos echaron a los putitos de mierda y se inclinaron más que antes por el JB, escabiando a morir con sus hijitos toda la noche. Pero la banda del lago esa noche del no va más no la olvidarían. En especial él, no caban dudas. Crecieron en otro lugar, muy cerca del colegio pero muy lejano en cuanto a libros y delantales manchados de tinta. Los hábitos apostadores se trasladaron al campo educativo, donde apostaban qué maestra era virgen o cuál nota sería la más baja, llegando al punto de ir a menos en las pruebas o estudiarse la vida para ganar las apuestas. Claro está que en los picaditos de los recreos se apostaban. En esos partidos, mejor dicho, guerras sin piedad, se sobornaban árbitros, corría sangre. Las apuestas lo eran todo, eran ellos, el orgullo de sus padres, el de los machos del puerto.

La banda del lago fue creciendo. El destino de sus desvíos fue irrevocable. Cada uno fue tomando los surcos de la vida, los caminos de la gloria o de la quiebra. Pero él llegó a la gran ciudad y no pudo evitarlo. Su corazón bombeó mas sangre rojinegra que en toda la noche del no va más cuandó piso tierra firme como un conquistador del siglo XV. Ni bien descendió del ómnibus, ingresó en ese mundo que tanto conocía y que tanto exploraría, donde no hubo noche (o día, quién sabe, para él siempre son noches, pero eso no importa. Datos irrelevantes que no nos llevan a nada, cuando la bolilla ya está en la rueda sólo importan los latidos de corazones esperanzados, o tal vez sin esperanzas sobre la tierra) que no se lo encuentre allí. Era, y lo sigue siendo, su exploración, su conquista. Era Cristóbal Colón y fanático de Colón de Santa Fé, por supuesto. Con esos colores nunca abandonaría al sabalero. Eran las noches del no va más.

Todo eso era él
una bolilla de madera
girando en un satélite tricolor…

…él era el ludópata
…ahora es el derrochador.